El viejo se plantó delante de la mujer. Al principio ella no lo reconoció.
-Señora, ¿me recuerda? Soy el detective que investigó la desaparición de su marido hace 30 años. Sé que usted lo asesinó. Nunca encontramos el cadáver, nunca pudimos probar nada, pero sé que usted lo hizo. No se preocupe, el crimen prescribió. Es... sólo curiosidad.
La mujer contempló al anciano, desdeñosa y altiva.
-Sí, lo hice. Yo lo maté. Aquella Navidad...
-¿Cómo se deshizo del cadáver? Vigilamos su casa, la registramos exhaustivamente...
-Sí, lo sé. Sus hombres fueron muy concienzudos. ¿Ha leído usted un relato sobre una carta que se oculta a los más meticulosos registros dejándola prácticamente a la vista?
-Sí, lo he leído. Pero...
La mujer lo interrumpió.
-Yo hice lo mismo... y salió bien. En efecto, sus hombres registraron la casa hasta el último rincón. Pero ni el más avispado de sus detectives sospechó de aquel muñeco de Papá Noel colgando del balcón...
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