martes, 15 de noviembre de 2011

La puerta, por Núria Preminger


Tenía los nervios a flor de piel. Se dirigió al lavabo. Siempre le ocurría lo mismo. Siempre a última hora. Lo intentó, pero no consiguió entender lo que decía la voz que se colaba por el altavoz. Antes de salir vio su imagen reflejada en el espejo y frunció el ceño.  Al querer abrir la puerta se dio cuenta que estaba encallada.
Fuera le esperaba el futuro. Un rumbo impensado, distinto a lo  que había conocido hasta ese momento. Y tenía miedo. Nunca había sido valiente pero esta vez lo había decidido y no había marcha atrás. En casa nunca le habían apoyado y sabía que necesitaría de todo su coraje para superar esa inseguridad que le inmovilizaba.
Pero a la primera de cambio todo se le torcía. Ahora resultaba que lo que se interponía en el camino hacia su nueva vida era una puerta atascada. De pronto se vio incapaz de salvar ese obstáculo. ¿Podría tratarse de una señal? ¿No se estaría precipitando?  A lo mejor no era el momento más adecuado para tomar una decisión tan drástica. Seguramente valía la pena esperar a madurarlo todo un poco más. Tenía mucho tiempo por delante.
Volvió a oír el sonido ininteligible de la megafonía y en vez de aplicarse en  aporrear la puerta para llamar la atención, se arrimó a la pared y se dejó caer temblando hasta el suelo.
Allí le encontró la encargada del departamento de pelucas de los grandes almacenes al cabo de unas horas.  Se había dormido y las sandalias rojas de altos tacones estaban tiradas a su lado. A través del maquillaje asomaba insolente la sombra del imberbe que había dejado de ser.

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