martes, 15 de noviembre de 2011

Pick Pocket, por Núria Preminger


¿Llegaré? ¿Y si me descalzo? Aquí no me conoce nadie y  no me importa lo que piense la gente. Me echo a correr y entro dando un salto. Me pego contra la pared del último vagón. Seguro que aquí no pasa nada.
Antes de venir a este país me cayeron todas las recomendaciones del mundo. Parecía que mi gente se hubiese puesto de acuerdo para taladrarme. No pararon hasta llenarme la cabeza con historias de terror en el extranjero.  Todos habían oído o leído casos. Y yo era una ingenua sin remedio..
 Llegar hasta aquí había sido la ilusión de mi vida. Y entonces ¿a qué tenía tanto miedo? ¿Se habrían salido con la suya y ya estaba medio paranoica?  El otro día estuve a punto de teñirme para no dar el cante…claro que eso seguramente no iba a solucionar el resto de tics…
Me habían dicho que era mejor evitar las horas punta pero hoy tengo mucha prisa. Me aprieto contra la pared con los brazos cruzados. La mochila está segura a mi espalda. ¿Cómo es que no me fijo en las caras de la gente? Creo que estar en tensión me vuelve autista. Esta vez, sin embargo, no puedo evitar fijarme en esas dos mujeres que hablan en voz alta mientras un par de niños maleducados no paran de moverse de un lado para otro. Me esfuerzo en entender lo que dicen, pero no hay manera. Todos esos años de Berlitz no han servido para nada.
De pronto el tren entra en una curva a toda velocidad y una de las mujeres pierde el equilibrio. Un hombre joven reacciona y la coge por el brazo para evitar que se caiga. Todo ocurre muy deprisa, pero veo  que mientras él se gira para ayudar a la mujer, uno de los chiquillos le birla la cartera. No digo nada; me he quedado sin reflejos. El tren para y las mujeres y los niños desaparecen.
Él sigue ahí. Le miro y me sonríe. Intento explicarle lo que acaba de pasar. Se toca el bolsillo. Creo que dice que se ha quedado sin documentación y que tendrá que ir a denunciarlo.  Cuando llego a mi parada veo que él también baja. Creo que me invita a tomar alguna cosa.  Parece agradable pero yo no tengo tiempo. Me cede el paso en la escalera mecánica y al llegar a la calle se despide dándome las gracias.
Una chica se me acerca por detrás y me toca el hombro.
-¿Te has dado cuenta del corte que llevas en la mochila?

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